domingo, 27 de junio de 2010

Los pendientes de una bifurcación: Usos documentales de las artes visuales contemporáneas centroamericanas

San José, mayo 2010


Considerar la tendencia a documentar los procesos que subyacen en la producción de las artes visuales contemporáneas en Centroamérica, principalmente aquellas que en su desarrollo involucran la participación de personas o espacios “extra-artísticos”, me obliga a pensar en el rol que tiene la documentación en estas obras.

El motivo de esta reflexión no es fortuito, se basa en algunas apreciaciones personales. De un lado, pienso que se trata de un uso que ya de por si es particular, pues en las obras que me sirven de referencia, el registro documental deviene del proceso productivo mismo. Es decir, no constituye un material preexistente del que se hecha mano para nutrir la producción de una obra o a partir del cual se tematiza cierta situación o circunstancia; por el contrario, se trata de un material que surge a partir de la “necesidad” que impone la conceptualización de la obra, y por lo tanto, de una intencionalidad artística. Así, el ejercicio documental deviene como una acción dirigida, desprendida de los visos objetivistas que en otros ámbitos pretende ostentar, y esencialmente orientada a develar ciertos elementos que aspiran fortalecer la capacidad comunicativa de “la obra de arte”, la que -cabe subrayar-, generalmente es resuelta bajo la forma de un producto “X”, cuya validación, circulación y consumo operan dentro del campo artístico.

Estas consideraciones trazan ciertas coordenadas que permiten visualizar en estos usos documentales un modo de hacer particular; distante en todas sus aristas, de la aproximación que se hace desde otros ámbitos. Así, para robustecer la reflexión, podríamos aventurarnos a preguntar ¿qué diferencias existen entre la aproximación a lo documental que hace un historiador o un novelista, y la que hace un artista visual centroamericano hoy?

Me atrevería a señalar que a diferencia de estos “otros” ámbitos, los usos documentales de las artes visuales contemporáneas centroamericanas cobran sentido en la zona de bifurcación varias esferas que se vislumbran como disociadas: el contexto “extra-artístico” y el “artístico”; el proceso productivo que antecedente el “producto-obra” y el proceso de circulación-consumo que sucede al “producto-obra”; el mercado de valores que orbita en torno a lo procesual como capital simbólico del campo artístico, y el mercado de valores que articulan los bienes artísticos, etc. Así, los usos documentales en las artes visuales contemporáneas centroamericanas, actúan como una zona de confluencia de dos aspectos más importantes aún: lo ético y lo estético.

Esta conclusión a todas luces preliminar, hace de esta “tendencia documental” un terreno de problematización y de reflexión amplio y complejo, cuya consideración parece ser un pendiente en el tipo de obras señaladas. Las soluciones formales de estos trabajos así lo demuestran, pues en la mayor parte de ellas el agente documental se presenta como una especie de suplemento anexo al “producto-obra”, una especie de material en bruto –generalmente fotográfico-, que a diferencia del “producto-obra” es mínimamente manipulado estéticamente –como si fuera necesario resguardar su aura documentativa-, y cuya función reside en canalizar ciertos valores agregados que cobran sentido en el campo estrictamente artístico, y en los que la discusión ética y la exploración estética son marginales o simplemente inexistentes.

Esta desatención es de por sí bastante coherente con la zona de problematización que estoy destacando, pues su ausencia reorienta la discusión hacia otros derroteros que inevitablemente nos obligan a preguntar: ¿la singularidad de estos usos obedece a soluciones derivadas del proceso creativo, o responden más bien a demandas movilizadas por el campo artístico? La incorporación de registros documentales, ¿ha pasado por una revisión de las implicaciones que ya de por si tiene lo documental como parte de una política de representación? ¿qué implica asumir una labor documentadora desde una posición explícitamente instrumental? ¿le aporta este ejercicio a los procesos creativos inherentes a la producción artística, o simplemente son estrategias que lubrican la capacidad de circulación de las “obras-producto” dentro del campo artístico?

Estas y un sin número de preguntas más perfilan una agenda de discusión pendiente que lo mismo pueden concentrarse en “la singularidad” de este tipo de usos del material documental, o extrapolarse a las artes visuales contemporáneas centroamericanas en general.

Realidades desbordadas.

San José, 2009




I Parte: De la Curaduría

Si algo ha caracterizado el escenario de las artes visuales contemporáneas costarricenses, ha sido su atomización en un sinnúmero de exponentes y de proposiciones artísticas. Las segmentaciones de carácter generacional y estético que hasta hace treinta años predominaban, han cedido terreno ante la proliferación y la diversificación de planteamientos artísticos. En este fenómeno de diseminación, llama la atención particularmente el que buena parte de las propuestas artísticas tiendan a dialogar de forma bastante explícita con el entorno inmediato, factor que interviene decisivamente en los asuntos que tratan las obras, en los lenguajes en los que discurren y en los modos como pretenden relacionarse con sus espectadores. De la convergencia de estos factores emerge un escenario artístico que oscila entre lo reflexivo y lo provocativo, movilizando lugares comunes de los distintos órdenes de realidad instituidos.

Partiendo de esta premisa, para la candidatura de la representación costarricense en la X Bienal de Cuenca Intersecciones: Memoria, realidad y nuevos tiempos, realizada entre el 22 de octubre y el 4 de diciembre de 2009, invitamos a Cinthya Soto (1969) y a Sila Chanto (1969), artistas que con su trabajo han realizado aportes significativos en la reconfiguración de las artes visuales contemporáneas costarricenses, y que cuentan con un cuerpo de trabajo afín en distintos sentidos con los ejes temáticos articulados en esta edición de la Bienal de Cuenca.



Los proyectos presentados por estas artistas responden a preocupaciones y se resuelven por vías totalmente disímiles entre sí. No obstante, ofrecen también elementos que permiten su articulación como una dupla que a través de un amplio repertorio de intenciones, registros estéticos y soluciones formales, se moviliza en la indagación de lo real.



Realidades desbordadas se propone así, como un ensayo interpretativo de estos dos planteamientos artísticos, sin pretender agotar con esto, la riqueza que estas obras tienen de forma autónoma. De ahí que esta curaduría se formule como una travesía circular por realidades que parecen desbordadas, pero que gravitan en torno a las coordenadas que trazan las obras de Soto y de Chanto.

Coordenadas para la indagación de lo real



Pictografías es el nombre de una de las líneas de investigación desarrolladas aproximadamente durante los últimos dos años por Cinthya Soto. Se trata de una serie fotográfica que acuerpa registros de pinturas decorativas y/o informativas de locales comerciales de sitios urbanos y rurales, junto con objetos relacionados con las actividades propias de esos lugares. En palabras de Soto:

“Pictografías trata de la convergencia de lo cotidiano, lo pictórico y lo fotográfico en un mismo y nuevo plano bidimensional. La serie Pictografías es además un campo de experimentación en el ejercicio del encuadre fotográfico mismo, es decir, un estudio de las posibilidades del lenguaje fotográfico frente la espontaneidad que ofrece el mundo visible cotidiano.”[1]

Esta propuesta establece una línea de continuidad con el desempeño artístico de Soto, quien ha abordado con maestría las posibilidades del medio fotográfico, llevándolo deliberadamente a zonas de contaminación con lo cinematográfico, lo instalativo y lo pictórico; y abarcando un amplio repertorio temático en el que prevalece la mirada atenta de la artista sobre el detalle cotidiano, y su infinidad de interpretaciones dependiendo del momento y del espacio desde el que se mire.

El proyecto de Sila Chanto discurre en el espacio público y privado josefino y cuencano. Inversión Histórica constituye una gran intervención de almohadillas blandas impresas con el registro de placas conmemorativas situadas en distintos sitios, -la mayor parte de ellos públicos-, ubicados en San José de Costa Rica y en Cuenca de Ecuador. Esta gran intervención actúa así como un ciclo resemantizador, en el que las impresiones realizadas durante cuatro meses a modo de pequeñas intervenciones de impresión in situ, son objeto de una especie de devolución a espacios de uso público, aunque en formato ablandado. En palabras de Chanto:



“La relación entre el tratamiento formal en este proyecto, es inherente a su referente conceptual; en tanto se centra en la producción social del olvido y la creación del recuerdo selectivo, a través de la impresión de placas conmemorativas o “monumentos de la memoria”. Se plantea con ello un ejercicio de subversión, ya que se relativizan la pertinencia de ciertos eventos significativos en el control social de la historia política oficial. (…) El concepto “inversión histórica” se considera no solo en el directo sentido en que fue ejecutada la placa conmemorativa, como parte de una transacción de capital económico, político, social y simbólico, sino que también se piensa como volver al revés (invertir) la imagen. Es decir, se parte de revisar los artefactos que devienen de la inversión de las estructuras de dominación política, revirtiendo la imagen, y con ello los significados de la historia oficial y la memoria institucional. De ahí el carácter subversivo del proyecto.”[2]



Como se señaló para el caso de Soto, este proyecto también se comporta como una continuación natural del trabajo de Chanto, quien ha provocado una inflexión en el grabado costarricense, a través de una sistemática revisión crítica sobre cómo se ha construido la historia de esta práctica en Costa Rica y sobre cómo se inserta ella como mujer y artista en esa tradición. Esta actitud reflexiva ha perfilado las características del trabajo de Chanto, lo que comprende la articulación de sus preocupaciones temáticas en torno a las innumerables aristas de las relaciones de poder, y los usos inusitados que ha hecho del grabado, llevándolo a formatos grandilocuentes de carácter instalativo y explotando sus facultades como medio y lenguaje capaz de amoldarse a condiciones que trascienden los usos conservadores del grabado como técnica.



Como se señaló con antelación, se trata de dos planteamientos artísticos que en sus intencionalidades, sus preocupaciones, sus soportes y sus registros estéticos discurren por distintas vías. Sin embargo, en ellas es posible identificar zonas de diálogo que gravitan en torno a la indagación de lo real.



Los preceptos de lo real

En los trabajos de Soto y Chanto parece existir una especie de indagación sobre el estatuto de lo real, categoría inasible, que parece ser sometida a escrutinio a través de diversos mecanismos.

Inversión Histórica se concentra en la placa conmemorativa. Se aproxima a ella como evidencia de una voluntad política que opera en el plano de lo discursivo, y que apunta a su eternización a través de su inscripción pública en la memoria colectiva. La placa conmemorativa materializa un orden de realidad: el discurso. Dimensión a la que Chanto se aproxima con el mismo respeto y sospecha que el investigador social asume ante el hallazgo de un posible rastro de historia material; aunque también interpone la irreverencia y el desenfado de quien desconfía del discurso, entendido como enunciado que define y dispone.

En este sentido, la aproximación de Chanto muestra cierta afinidad con la visión de Michell Foucault, quien entiende el discurso como lenguaje normativo, como la dimensión que operativiza las relaciones de poder que instituyen los órdenes de realidad. Las placas aparecen entonces como evidencias materiales de una realidad instituida. Sobre esta premisa, Chanto juega a invertirlas, a desestructurar la secuencialidad y coherencia que les es inherente. Y en este juego -ajeno de cualquier dejo de ingenuidad-, celebra que el accidente genere nuevos órdenes de sentido, y consecuentemente, de realidad.

Con este gesto, Chanto apuesta a completar la dimensión de lo real que no se muestra pero que existe, como si la realidad material fuera insuficiente por sí sola para mostrar su dimensión estructural, y requiriera –o reclamara- de la intervención de los individuos para completarse.

En las obras de la serie Pictografías, Soto realiza una especie de foto-ensayo de pinturas decorativas, publicitarias e informativas de pequeños locales comerciales, entre ellos, bares, restaurantes, verdulerías, carnicerías, talleres de reparación de carros y similares. El repertorio de recursos representativos, simbólicos y tipográficos de estas imágenes tiene como denominador común su anclaje en un registro estético de carácter popular, que de formas muy diversas revela presencias, deseos, distinciones y relaciones propios de contextos que, -en el horizonte actual de transacciones comerciales estandarizadas y fusiones empresariales pujantes-, empiezan a adquirir el carácter de sobrevivientes bucólicos pertenecientes a otro tiempo, esto es, manifestaciones exóticas.

A través del lente de Soto estas imágenes se magnifican como realidades desbordantes, como microespacios que aglutinan las coordenadas estéticas, sociales, económicas y culturales que convergen en distintas realidades cotidianas. La aproximación frontal que comparten la mayor parte de estas fotografías genera un efecto óptico de fusión de planos que, en una primera lectura, dificulta determinar los límites entre la superficie pintada y el espacio en el que se sitúa esta superficie. Este efecto es casi inmediatamente corregido por el reconocimiento contextual que faculta la inclusión en el encuadre de alguna pieza de mobiliario o cualquier otro tipo de referente espacial. Este ajuste perceptivo casi instantáneo, es sucedido por un reconocimiento de la imagen como evidencia de un espacio saturado de sentido. Como si la realidad se condensara en cada imagen y no cupiera en el lente. Pero de la misma forma, surge la impresión de que se trata de una imagen cuyo tiempo de vida se extiende bajo la amenaza de extinción.

Lo real se presenta aquí como una dimensión escurridiza, directamente vinculada con la posición de un sujeto en el espacio y en el tiempo. La indagación en esta vía tiene anclaje en el cuerpo total de la obra de Soto, quien desde sus primeros trabajos ha sacado provecho del medio fotográfico como mecanismo a través de cual explorar el fenómeno de la percepción, que en su caso, se comporta como la operación a través de la que se instituye el estatuto de lo real.

Realidades fragmentarias, temporalizadas, espacializadas

Cuando Chanto compila estas imágenes en reverso, las emplaza en un nuevo universo de sentido que evidencia el carácter esotérico y fragmentario del dogma. La realidad se presenta aquí como inasible y desbordada, y quizá por ello, sólo aprehensible desde lo provisorio y lo fragmentario.



En el caso de Soto, el fragmento opera como la forma natural de aproximación a lo real. Si la realidad deviene de la percepción, el fragmento es la unidad resultante del cruce de las variables espacio-tiempo. De ahí que lo registrado se nos ofrezca a través de una imagen fragmentaria, recurso que siempre anuncia la existencia de un ausente que, en el caso de su trabajo, parece evocar lo inconmensurable de la realidad y de los sujetos que la colman de sentido.

El recurso de la fragmentación parece emular así el comportamiento de la realidad, reclamando en ambos casos, una cuota de participación importante de parte del espectador, responsable último de articular estos fragmentos en función de la ausencia latente que comporta cada uno de ellos.



Pero este mecanismo se encuentra además íntimamente asociado a una aproximación “espacializada” y “temporalizada” de la realidad. Además de proveer coordenadas físicas a todo lo que acontece, el espacio y el tiempo son también construcciones sociales que participan de forma crucial en las operaciones de adjudicación de sentido con el entorno y con lo que acontece. Desde esta perspectiva, podríamos pensar que nuestra aprehensión de la realidad pasa por su “espacialización” y su “temporalización”, cuando las circunstancias o los eventos adquieren sentido en íntima vinculación con estas magnitudes.

Como hemos señalado ya, las obras incluidas en esta muestra dejan entrever una ubicación provisoria en el espacio y en el tiempo de parte de sus autoras. Pero también explicitan una ausencia pletórica de sentido, efecto derivativo de la “espacialización” y la “temporalización” de lo representado.

En Chanto, el recurso del fragmento abre una especie de paréntesis que repara en la distancia espacio-tiempo. Sus registros proceden de espacios y momentos disímiles que han sido “espacializados” como parte de un programa de control social –el cívico-; y se interceptan en una de las manifestaciones más claras de la “temporalización”: la memoria colectiva, que se nutre del tiempo percibido, simplificado, interrelacionado y mistificado, y que opera en adaptación a las demandas del presente.

En los trabajos de Soto, la realidad también se presenta como dimensión eminentemente “espacializada” y “temporalizada”, aunque en su caso el efecto que generan es distinto. Sus imágenes registran espacios tomados, barroquizados material y simbólicamente por capas de sentido que proceden de distintas temporalidades, y que se superponen atendiendo al universo de valores comprendido en las relaciones sociales y afectivas de los contextos de los que provienen.

Estas imágenes parecen reclamar a gritos la debelación de los individuos que cotidianamente conviven con ellas, de las dinámicas que atestiguan e hilvanan, y de las funciones que desempeñan. La dificultad de disociación espacial que genera el encuadre, parece registrar metafóricamente la integración de lo representado con espacios normados por los hábitos y por las adjudicaciones de sentido de quienes los habitan y los frecuentan. Estos son fragmentos que prolongan y eternizan esa atmósfera humanizada que los impregna y los sobrepasa.

Realidades paralelas

Pero la dimensión desbordante de estos trabajos no se vincula exclusivamente con las realidades que tratan, también refiere al ejercicio mismo de la producción artística. Inversión histórica y Pictografías comparten una actitud de reflexión respecto a algunos paradigmas que reducen el ejercicio creativo a categorizaciones reduccionistas y ajenas al complejo universo de realidades que incluye el mismo.

El trabajo de Chanto es contundente en este sentido. Con formación de grabadora, el escrutinio del oficio ha sido un denominador común en su obra, la que desde época temprana transgredió las coordenadas propias del taller de grabado, con instalaciones que trascendían la bidimensionalidad propia del medio y con obras estructuradas a partir de registros efímeros. El empleo de las placas cívicas como matrices de impresión se hilvana con esta exploración personal.

La artista renuncia al repertorio de paradigmas relacionados con la autoría y el oficio, así como a la ritualística articulada al taller de grabado, cuyas condiciones y convenciones son sustituidas por las coordenadas azarosas que imponen los distintos espacios en los que se encuentran emplazadas las placas, y por sus condiciones de preservación. Esta operación de desplazamiento implica ya de por sí un acto de subversión, gesto que la artista incorpora como parte de la obra bajo la forma de una bitácora online que contiene todos los detalles del proceso y de la sucesión de impresiones in situ[3].

La apropiación de la placa cívica como matriz de impresión y su registro en almohadillas blandas que emulan la morfología de la placa original, quebranta las potestades conferidas a ciertas instancias oficiales, responsables de preservar la integridad física y semántica de estas placas. Chanto contraviene así dos instituciones: la artística y la cívica. Como especialista de la inversión, Chanto se regodea en las facultades de manipular estas imágenes en su anverso y reverso:

“(…) el planteamiento formal colabora conceptualmente en la inversión de la imagen, ya que no solo “voltea” la imagen de la placa física, sino sobre todo, ironiza sobre el sentido original de tales “matrices políticas originales”, mostrando finalmente en el montaje, el “revés” según el orden original con que las placas conmemorativas fueron concebidas en su momento. Al utilizar la impresión, se relativiza la supuesta verdad histórica como axioma irrefutable, para no solo dar vuelta a la imagen formalmente; sino que este es el medio para ironizar sobre el sentido anverso de tales monumentos. (…) Al reproducirlas “al revés” según la lógica de impresión del grabado, y montarlas como objetos blandos, se relativiza esa supuesta verdad institucional y pública, sólida, rígida e inflexible, en una metáfora sobre el trastorno de la historia, la construcción selectiva del recuerdo y la reformulación de la memoria social implícita en los monumentos de la memoria política.”[4]

Soto también concede un rol tutelar al medio del que se sirve, aunque en una vía que apunta a la transvaloración, antes que a la subversión. En su caso, existe también una larga investigación sobre las posibilidades del medio fotográfico, que en la serie Pictografías se nutre de la interlocución con lo que la artista reconoce como “una estética local peculiar, fresca, cotidiana, alejada de patrones académicos”.



De esta convergencia surge una serie que juega con los límites de lo pictórico y lo fotográfico, con las frágiles fronteras de una estética “central” y una estética “marginal”, y que celebra la sobre-presencia de la autoría anónima o de raigambre popular y de la propia autoría de la artista.

Estas obras indagan en el fenómeno de la percepción situando al medio del que se sirven en una posición central. De ahí que el juego con los encuadres y con el registro de la propia película fotográfica como parte de lo retratado, susciten pequeñas crisis de identidad entre lo fotografiado, lo pintado y el espacio “real”. Estos factores actúan como señuelos de una experiencia de desdiferenciación de lo percibido, que pasa por la identificación de las autorías superpuestas y/o conjuntadas en cada imagen, incluyendo entre ellas, la intervención autoral de quien observa.

La realidad del desbordamiento

Los trabajos de Soto y Chanto ofrecen un repertorio inagotable de consideraciones sobre la realidad. Hasta aquí hemos hecho anotaciones sobre algunos de los considerandos que nos asaltan al relacionarnos con sus obras, abarcando problematizaciones sobre los preceptos que trazan el andamiaje para la institución de lo real, sobre las posibilidades de relación que podemos pautar con la realidad, sobre lo que esas realidades nos pueden ofrecer en lo que tienen de azaroso e inabarcable, y sobre los procesos de auto-revisión que median en su comprensión desde una perspectiva crítica.

De este vasto conjunto de aproximaciones queda la sensación de que nos enfrentamos con realidades de las que participamos habitualmente. Y sin embargo, esa participación no minimiza cierta sensación de extrañamiento que sobreviene ante el asalto que provocan estas obras en nuestras propias coordenadas.

Probablemente, esta sensación de extrañamiento y asombro constituya el preciso lugar que se encuentra en la base de los procesos creativos de cada una de estas artistas, posibilitando su aproximación a esas realidades como horizontes desbordados e inconmensurables, y facultando desde esta premisa, nuevas posibilidades para vivirlas.






















[1] Testimonio de la artista. 2009.

[2] Sila Chanto. Inversión Histórica. http://inversionhistorica.blogspot.com/ 20 de febrero de 2009. El subrayado es del original.

[3] Sila Chanto. Inversión Histórica. http://procesoih.blogspot.com/

[4] Sila Chanto. Inversión Histórica. http://inversionhistorica.blogspot.com/ 20 de febrero de 2009. El subrayado es del original.

Pictografías. La indagación de lo real

[caption id="attachment_17" align="alignleft" width="240" caption=""Shamir". Cinthya Soto"]Shamir[/caption]

Pictografías es el nombre de una de las líneas de investigación más recientes de Cinthya Soto, artista que ha abordado con maestría las posibilidades del medio fotográfico, llevándolo deliberadamente a zonas de contaminación con lo cinematográfico, lo instalativo y lo pictórico; y abarcando un amplio repertorio temático en el que prevalece el detalle cotidiano y su infinidad de interpretaciones dependiendo del momento y del espacio desde el que se mire.

En esta serie lo pictórico y lo cotidiano ocupan un rol medular. Soto realiza una especie de foto-ensayo de pinturas decorativas, publicitarias e informativas de pequeños locales comerciales, entre ellos, bares, restaurantes, verdulerías, carnicerías, talleres de reparación de carros y similares.

El repertorio de recursos representativos, simbólicos y tipográficos de estas imágenes tiene como denominador común su anclaje en un registro estético de carácter popular, el cual revela presencias, deseos y relaciones propias de contextos que, en el horizonte actual, empiezan a adquirir el carácter de sobrevivientes bucólicos pertenecientes a otro tiempo.

Pero antes que aproximarse a estos lugares con una actitud nostálgica de carácter exotista, Soto los aborda desde una posición en la que confluye la externalidad propia de la mirada fotográfica, con la afinidad y la complicidad de quien se ha permitido usar y disfrutar estos espacios. De esta convergencia se desprende lo que parece ser el denominador común en estas imágenes, esto es, la indagación sobre el estatuto de lo real.

Con el lente de Soto estas imágenes se magnifican como realidades desbordantes, microespacios que aglutinan las coordenadas estéticas, sociales, económicas y culturales de distintas realidades cotidianas.

La aproximación frontal que comparten la mayor parte de estas fotografías genera un efecto óptico de fusión de planos que, en una primera lectura, dificulta determinar los límites entre la superficie pintada y el espacio en el que se sitúa esta superficie. Este efecto es corregido por el encuadre, recurso que suele incluir alguna pieza de mobiliario o cualquier otro tipo de referente espacial, facilitando el reconocimiento contextual de lo fotografiado. Este ajuste perceptivo transforma la imagen en un espacio saturado de sentido, como si la realidad se condensara en cada imagen y no cupiera en el lente, como si su vida útil permaneciera bajo amenaza de extinción.

Lo real se presenta aquí como una dimensión escurridiza, directamente vinculada con la posición de cada sujeto en el espacio y en el tiempo. De ahí que lo registrado se nos ofrezca a través de una imagen fragmentaria, recurso que siempre anuncia la existencia de un ausente que parece evocar lo inconmensurable de la realidad y de los sujetos que la colman de sentido.



Este mecanismo se asocia íntimamente a una aproximación “espacializada” y “temporalizada” de la realidad. Además de proveer coordenadas físicas a todo lo que acontece, el espacio y el tiempo son construcciones sociales que participan de forma crucial en las operaciones de adjudicación de sentido con el entorno. Las obras incluidas en esta serie evidencian ubicaciones provisorias en el espacio y en el tiempo. Registran espacios tomados, barroquizados material y simbólicamente por capas de sentido que proceden de distintas temporalidades, y que se superponen atendiendo al universo de valores comprendido en las relaciones sociales y afectivas de los contextos de los que provienen.

Esta serie parece reclamar a gritos la identificación de los individuos que cotidianamente conviven en los contextos registrados, de las dinámicas que atestiguan e hilvanan, y de las funciones que desempeñan. La dificultad de disociación espacial que genera el encuadre, parece registrar metafóricamente la integración de lo representado con espacios normados por los hábitos y por las adjudicaciones de sentido de quienes los habitan y los frecuentan. Se trata de fragmentos que prolongan y eternizan esa atmósfera humanizada que los impregna y los sobrepasa.

Pero la dimensión desbordante de estos trabajos no se vincula exclusivamente con las realidades que tratan, también refiere al ejercicio mismo de la producción artística. En Pictografías existe una actitud crítica respecto a algunos paradigmas que circunscriben el ejercicio creativo a categorizaciones reduccionistas, ajenas al complejo universo de realidades que incluye la creación artística.

Soto concede un rol tutelar al medio del que se sirve, aunque en una vía que apunta a la transvaloración, antes que a la subversión. En su caso existe una larga investigación sobre las posibilidades del medio fotográfico, que en esta serie se nutre de la interlocución con lo que la artista reconoce como “una estética local peculiar, fresca, cotidiana, alejada de patrones académicos”. La artista juega con los límites de lo pictórico y lo fotográfico, con las frágiles fronteras de una estética “central” y una estética “marginal”, y celebra la sobre-presencia de la autoría anónima o de raigambre popular, sin omitir por ello, su propia autoría.

Estas obras indagan en el fenómeno de la percepción situando al medio fotográfico en una posición central. De ahí que el juego con los encuadres y con el registro de la propia película fotográfica susciten pequeñas crisis de identidad entre lo fotografiado, lo pintado y el espacio “real”. Estos factores actúan como señuelos de una experiencia de desdiferenciación de lo percibido, que pasa por la identificación de las autorías superpuestas y/o conjuntadas en cada imagen, incluyendo entre ellas, la intervención autoral de quien observa.

El trabajo de Soto ofrece así un repertorio inagotable de consideraciones sobre la realidad, abarcando problematizaciones sobre los preceptos que trazan el andamiaje para la institución de lo real, sobre las posibilidades de relación que podemos pautar con la realidad, sobre lo que esas realidades nos pueden ofrecer en lo que tienen de azaroso e inabarcable, y sobre los procesos de auto-revisión que median en su comprensión desde una perspectiva crítica.

San José, 2009




Había una vez… obras de Josefa Richard

[caption id="attachment_36" align="alignleft" width="241" caption="Kill pollo. Josefa Richard"][/caption]

Decía Juan Bosch que es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento, que es ella la que determina el ritmo y la tensión de la pieza, y la que a modo de conjuro, puede despertar de golpe el interés del lector.

Como quien invoca el poder inequívoco del sortilegio, Josefa Richard ha intitulado esta muestra “Había una vez…”, comienzo tradicional de muchos de los cuentos que sin lugar a dudas marcaron buena parte de nuestra niñez.

Con esta frase, las obras que conforman esta muestra son investidas de una especie de aura para movilizarse legítimamente en la zona de la ficción. Es desde ahí donde es posible ensayar identidades para los monigotes retratados en sus obras; es ese lugar indeterminado el que permite vislumbrar relaciones posibles entre ellos y armar historias fantásticas.

Pero además de otorgar una licencia para que estas digresiones tengan lugar, la frase “Había una vez…” es una declaración afirmativa, en la que subyace una confrontación de carácter eminentemente artístico. Este conjunto de pinturas surge de las fricciones entre dos vertientes artísticas: de un lado está una tradición que vincula la pintura con la narración y la ilustración de grandes temas; y en el otro extremo se haya otra tradición no menos importante, que encuentra en este vínculo un lastre artístico y que en su lugar abandera la autonomía artística y la libertad expresiva.

El trabajo de Richard emerge de la fricción entre estas dos tradiciones. De ellas se desprende su aproximación casi obsesiva al oficio pictórico, sin el cual sería imposible imaginar la riqueza textural de las superficies, la infinidad de matices que se sobreponen, el efecto vibrante de sus colores y la intensidad lumínica que parece desbordarse de sus telas.

Y como contrapunto de estos complejos procesos técnicos, sobreviene el énfasis esquemático de sus composiciones, donde grandes o pequeños monigotes actúan como chivos expiatorios de exploraciones compositivas y de narraciones improvisadas.

Como si el oficio pictórico reclamara algún mecanismo para amenizar el rigor que le es inherente, entre bromas y juegos cobran vida los personajes. De ahí surgen los Killpollones, las Sopas Negras y hasta los Petit Oiseaux, personajes que se sitúan a medio camino entre lo gracioso y lo irreverente. A través de ellos la severidad del proceso creativo sede terreno al divertimento y al goce estético. La pintura pierde su hálito de solemnidad, y en su lugar se impone el desenfreno ficcional y la improvisación narrativa.

Así, si Alicia en el país de las maravillas preguntaba ¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?, esta serie de pinturas parece cuestionar de qué sirve la pintura sin historias que narrar. Quizá de ello se desprende el valor de conjuro de la frase que intitula esta serie de pinturas, lugar impreciso en el que se concreta el proceso creativo de la artista, y umbral que somos invitados a explorar.

San José, setiembre 2009

Francesco Bracci: otro emergente ingenioso

San José, marzo 2009


Durante los últimos años las artes visuales costarricenses han sido conmovidas por el influjo de las propuestas realizadas por algunos jóvenes que en la jerga gremial local, han sido etiquetados bajo la noción de “emergentes”.

Además de referir a su juventud profesional y a su vinculación con el programa de promoción de las artes emergentes desarrollado por el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, la historia inmediata nos ha mostrado también, que la noción de “emergentes” alude a un modo particular de asumir el ejercicio artístico, relacionado fundamentalmente con las licencias que surgen cuando se trabaja en un estadio incipiente, desprovisto de los recursos y de las fórmulas comunes que a modo de rasgos identitarios sobrevienen con la madurez profesional. De ahí la agitación que en algunas ocasiones ha podido generar el trabajo de estos artistas, en donde algunos encuentran “aciertos ocurrentes” antes que obras artísticas, mientras que otros reconocen en ellos la emergencia de una manera de enfrentar el hecho artístico que se distancia de muchos de los paradigmas anclados en el meta-relato del Arte.

Francesco Bracci es uno de estos noveles artistas. Desde aproximadamente hace cuatro años las salas de exposición y los espacios públicos josefinos han sido escenarios de algunos de sus trabajos, todos ellos con soportes y lenguajes disímiles, y plenos de una frescura ingeniosa carente de pretensiones artísticas grandilocuentes.

Entre sus trabajos, Marea plástica es probablemente el que ha ganado un sitio en la memoria colectiva. Esta intervención que rediseñó el paisaje del Parque Metropolitano La Sabana de San José con una especie de gran mancha ondulante extendida en una superficie de poco más de 500 mts, fue realizada en el marco del Festival Internacional de las Artes 2008.

La alteración del entorno fue contundente. El pequeño pulmón verde inserto en el área metropolitana para el esparcimiento ciudadano, fue modificado estética y funcionalmente por una gran red plástica que problematizaba con refinamiento estético, la amenaza que sufre el medio ambiente y el impacto social, económico y cultural que esto genera.

Ciertamente esta no fue la primera ocasión en la que Bracci manifestó su interés por estas problemáticas. En sus trabajos anteriores se advierte una investigación variopinta que se vertebra en tres vías de exploración que discurren paralelamente, y que parecen confluir asertivamente en Marea plástica.

La primera de estas líneas de investigación pendula en la utilización del paisaje natural como recurso estético y como termómetro de los problemas de planificación y de control en materia ambiental. Un planteamiento temprano en este sentido fue la serie fotográfica Naturaleza viva (2005), adquiriendo soluciones más atinadas posteriormente en la intervención Balance y contraste (2006) -que también tuvo por sede el Parque Metropolitano La Sabana-, y en la serie fotográfica Entreramas (2007).

Simultáneamente, Bracci ha investigado sistemáticamente las posibilidades físicas y estéticas de distintos materiales, enfatizando aquellos en condición de desecho. Esto se advierte en el empleo de chatarras de la serie Piel urbana (2006), en la explotación del efecto visual y espacial del plástico en la intervención Balance y contraste, y está presente también en otras facetas de su trabajo que se extienden desde el diseño de mobiliario, hasta el diseño de su propia casa , cuyas paredes, pisos y techos han sido construidos con madera plástica, madera reciclada comprimida y láminas de tetrabrik.

Finalmente, la interacción de las obras con las personas ha sido una inquietud que ha modo de germen ha ido adquiriendo soluciones cada vez mejor logradas a través de la explotación del espacio. Esto se observa en las intervenciones Balance y contraste, en Lector mental (2006) -realizada en el Boulevard de San José- y en Marea plástica (2008).

Teniendo en mente esta sucesión de trabajos, Marea plástica se nos presenta como parte de un proceso de investigación amplio y sostenido. La obra articula con gran efectividad las vías de exploración transitadas por Bracci hasta entonces, y amplía sus márgenes a una dimensión que permanecía latente en el carácter participativo de algunos de sus trabajos anteriores y que es indisociable de las problemáticas socioambientales, esto es, la dimensión procesual de la obra y la participación ciudadana que es susceptible de articular.

Siete meses previos a la instalación de Marea Plástica, Bracci impulsó una campaña nacional de recolección de hi-cone –el plástico utilizado en los six-packs de las latas de bebidas-, originando una especie de oleaje de núcleos de recolección y de talleres de ensamblaje en distintas provincias del país. La gran red conformada por alrededor de quince mil plásticos que se instaló en La Sabana, fue así la resultante de otra gran red de apoyo que involucró a niños, jóvenes y adultos en brotes organizados para recolectar y ensamblar la materia prima de esta obra. Las propiedades de articulación y repartición de fuerzas inherentes a toda red, se tornaron así en metáforas de los alcances de una adecuada organización social y de una práctica responsable de administración de recursos, pues una vez desinstalada la obra, se procesó el hi-cone para usarse en la industria de la construcción de madera plástica.

Así, la efectividad de Marea Plástica trascendió su impacto como una obra site specific, redimensionando la práctica artística como un espacio susceptible de detonar procesos de articulación ciudadana responsables desde el punto de vista ambiental, social, económico y cultural.

Rehusando la usanza de quienes justifican su trabajo bajo algún tipo de abanderamiento artístico, este “emergente ingenioso”, a través de una práctica de investigación sostenida y genuina nos ha recordado en su corta trayectoria y sin proponérselo, que los alcances del hecho artístico se sitúan generalmente más allá de los “ritos de paso” y los “protocolos” del gremio artístico.

Hija de quién? Heredades malversadas. sobre la obra de Tamara Ávalos

San José, mayo 2008


Del oficio al medio

Buena parte de los cambios acaecidos en las artes visuales contemporáneas con el desbanque del ideario moderno, se relacionan con la reubicación del “oficio” en un lugar suplementario del ejercicio artístico. En la actualidad, el artista no sólo puede prescindir de las destrezas que antaño era necesario adquirir mediante una rigurosa formación técnica, sino que inclusive, se permite poner en evidencia la carencia de ellas y jugar con sus implicaciones sobre la noción ortodoxa de autoría.

Este giro, que a primera vista podría parecer desmedido, retoma una discusión de larga data. Es en la Grecia del s. VI ac, donde se establece una distinción entre la techné, -noción que refería a las prácticas que requerían una destreza especial-, y la techné mimetiké, -noción que designaba el segmento de estas actividades que tenían como denominador común la representación a través de imágenes-. En estas nociones subyace una valoración diferenciada entre la ejecución material de la obra y la facultad de ideación de la misma, distinción que ha ido adquiriendo distintos matices con el paso del tiempo: artes liberales versus artes mecánicas en la Edad Media, artistas versus artesanos en la Edad Moderna, alcanzando su máxima expresión en el s. XVIII con la generalización de la noción de “Bellas Artes” o “Artes mayores”, en contraposición a la de “artes menores”, categorías que a partir de entonces son institucionalizadas a través de las Academias.

En términos generales, estas distinciones implicaban una sobrevaloración del carácter intelectual de las prácticas artísticas, por sobre el papel secundario de su ejecución material. Es con la irrupción de las vanguardias de inicios del siglo XX y la gestación del concepto de diseño industrial en ese mismo siglo, que se pone en entredicho esta distinción; la cual es llevada a lugares insospechados por los movimientos artísticos de la segunda mitad del siglo XX

Ahora bien, los beneficios de este giro parecieran ser patrimonio exclusivo de las Artes visuales contemporáneas, pues sus alcances no han sido extensivos a aquellos ámbitos de producción históricamente constituidos al margen de las Bellas Artes.

La diversidad de expresiones incluidas genéricamente dentro del ámbito de las artes decorativas por ejemplo[1], continúan articulando su especificidad en torno al oficio. Y a lo sumo, como parte de un proceso de autoafirmación, han sustituido el antiguo anonimato por la noción de autoría, indiscutible valor agregado del producto final.

Esta diferenciación se torna extrema cuando se trata de producciones creativas de raigambre popular o étnica, pues la necesidad de reconocer el valor estético y cultural de estas expresiones, ha correspondido la mayor parte del tiempo a preocupaciones externas a los núcleos de producción mismos. Desde esta mirada –la externa-, el valor supremo del “arte étnico” o el “arte popular” reside en su especificidad. Y esta especificidad ha sido asociada con una esencia cultural que es la matriz de su diferencia. La inmutabilidad se postula así como la certificación única de autenticidad. Al respecto señala Ticio Escobar:

“High art is allowed to change, it feeds from a variety of innovations and sources, it should keep up to date, expand and look forward to an optimistic future. Meanwhile, popular art is condemned to remain genuine and pure: change is perversion and novelty is betrayal of its essence, distortion of its true values and corruption of its primary authenticity.”[2]

Y como si de un efecto reflejo se tratara, esta desigualdad de potestades ha sido extensiva a los medios de expresión. La historia del arte ha mostrado claramente cómo la valoración de los medios expresivos ha estado supeditada a las visiones de mundo imperantes en cada época. De lo contrario no se explicarían las dificultades que un medio como la fotografía sufrió para encontrar un lugar por derecho propio en el terreno de lo artístico; o bien, el imperio que la pintura –pese a sus múltiples declaraciones de muerte- sigue teniendo en el imaginario colectivo como expresión máxima de lo artístico.

En el caso de la cerámica, quizá por su vinculación con las culturas ancestrales, ha sido un medio que ha subsistido al margen de las Bellas Artes. A diferencia de otros medios expresivos, su vínculo con los “refinamientos” de Occidente se hizo hace poco más de dos siglos con el desarrollo del movimiento denominado Arts and crafts. La consecuencia más visible de esta distinción es que la cerámica ha sido un área que ha resguardado su especificidad a partir de los conocimientos y técnicas que exige el oficio. Lo que en términos prácticos ha redundado en una producción abocada fundamentalmente a la elaboración de objetos funcionales o piezas de alto valor estético, minusvalorando en ambos casos su potencial comunicativo.

En Costa Rica, la producción cerámica no ha corrido una suerte distinta. Su producción se remonta al año 500 a.c. y estuvo ligada a funciones primordialmente utilitarias, relacionadas con necesidades de la vida cotidiana y ceremonial de las culturas precolombinas. Durante el período colonial y la posterior gestación del Estado costarricense, la producción y utilización de la cerámica se mantuvo de forma ininterrumpida, aunque reduciendo sus usos a los eminentemente utilitarios, y en menor grado a los decorativos.

Su enseñanza se formaliza en la segunda mitad del siglo XX al instituirse como una opción de especialización en algunos planes de estudios superiores en artes plásticas[3]. Sin embargo, esto no implicó una desvinculación del oficio cerámico con la producción de objetos utilitarios y/o decorativos. Posiblemente el enfoque eminentemente técnico de los planes de estudios, las pautas de consumo existentes, y las necesidades de sobrevivencia de los ceramistas, han contribuido a que la distancia entre la cerámica y las Bellas Artes se mantenga.

Ha sido hasta los últimos años que este escenario ha empezado a modificarse. De la misma forma que las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales han variado sustancialmente durante los últimos veinte años; el escenario artístico costarricense se ha transformado. El conservadurismo endogámico que por mucho tiempo había marcado los alcances de la producción artística, ha cedido terreno ante la presencia de nuevas instancias y actores que desde distintos frentes, han estimulado procesos de apertura, de hibridez y de diversificación. Las pautas de circulación y de consumo se han modificado, ampliando las posibilidades de acción de los creadores.

En este contexto, algunos ceramistas se han dedicado a orientar sus trabajos en una vía que por sus intencionalidades comunicativas y por las posibilidades de consumo que admiten, se inscriben en el terreno de lo artístico. La obra de Tamara Ávalos se sitúa en este grupo, hilvanado esencialmente por una práctica en la que desde el propio oficio cerámico, se realiza una operación en la que el valor de la cerámica se reorienta en sus cualidades como medio expresivo.

El medio desde el no lugar

La carencia de una tradición cerámica de raigambre artística, es uno de los aspectos que más enriquecen el trabajo de la generación de ceramistas en la que se inscribe el trabajo de Ávalos. Ciertamente comparten una matriz común que es la que les proporciona el oficio. Es ahí donde evidencian elementos de identificación mutua relacionados la mayor parte de las veces con la dimensión técnica del ejercicio, y con la subvaloración que la cerámica ha tenido en el contexto artístico.

El giro que implica asumir la cerámica como un medio expresivo desde una tradición sin referentes en este sentido, ha posibilitado soluciones inéditas que se sirven del apropiacionismo y la hibridez de distintas fuentes, como recursos para la solución de obras que de una u otra manera establecen una relación de tensión con la cerámica misma.

En el caso de Ávalos, su trabajo se moviliza en una especie de no lugar, es decir, desde un espacio carente de coordenadas identitarias, históricas y relacionales[4]. Le hace un guiño a los referentes desde los que se ha definido, -por afirmación o por negación-, la cerámica en Costa Rica. El legado precolombino, la producción artesanal y la Historia del Arte costarricense, son objeto de una maniobra de apropiación e hibridación que enfatiza los límites, fricciones y líneas de continuidad de estos referentes.

De esto deviene un contrapunteo con la Historia del Arte Costarricense, que repara particularmente, en la dislocación que ha existido entre la cerámica y la escultórica nacional.

Al respecto, cabe destacar que la escultura costarricense adquiere una fisonomía propia cuando, al finalizar la década de 1920, una generación de escultores se dio a la tarea de vindicar el valor de las manifestaciones autóctonas como referentes de un ejercicio artístico de valor universal con raigambre local.

Con fundamento en el ideario americanista de la época y con conocimiento de las rupturas llevadas a cabo por las vanguardias europeas y americanas, Juan Rafael Chacón (1894-1982), Néstor Zeledón Varela (1903-2000), Juan Manuel Sánchez (1907-1990) y Francisco Zúñiga (1912-1998), iniciaron un trabajo de reconocimiento de la imaginería colonial, las manifestaciones prehispánicas y de su propia realidad cotidiana.

De esto devinieron dos grandes giros respecto a la estética europeizante que imperó desde finales del siglo XIX. Por una parte, el modelado en barro fue relegado a un segundo plano para dar lugar a un trabajo con predominio de la talla directa en piedras y maderas locales . Por otra parte, introdujeron un temario inédito, coronado por motivos referidos a la fauna local o a circunstancias típicas de la cotidianidad rural.

Aunque en su momento el trabajo de estos artistas sufrió todo tipo de impugnaciones por parte de los sectores más conservadores, no pasó mucho tiempo para que el reconocimiento de su trabajo se asentara bajo la figura de pilares de la tradición escultórica nacional.

La labor escultórica de la segunda mitad del siglo XX así lo demuestra. La asimilación y el replanteamiento del legado de estos pilares de los años 30 y 40, hilvana la escultura costarricense. El trabajo de síntesis extrema que en la época de los 60 desarrollan artistas como Hernán González (1918-1987), no podría entenderse sin el referente estampado por Sánchez. Así como tampoco se haría justicia al omitir la impronta dada por Chacón, Zeledón Varela y Zúñiga, en la veta escultórica realista desarrollada por autores como Olger Villegas (1934) en la década de los 80. En términos más generales, existe una insistencia en la escultórica costarricense de la segunda mitad del siglo XX, que se sirve de los leit motivs instaurados por la generación de la primera mitad, así como de las composiciones cerradas, las acentuadas volumetrías y la monumentalidad contenida que caracterizó sus trabajos.

El trabajo de Ávalos establece un contrapunto con esta tradición desde el otro flanco, el de la cerámica. Y desde ahí, despliega un repertorio de motivos y de soluciones formales emparentadas con esta matriz escultórica, con algunas tradiciones cerámicas precolombinas y con la artesanía contemporánea.

La proximidad con estos referentes se torna en solución restaurativa cuando la artista exalta los rudimentos propios del oficio del ceramista. Los acabados mediante bruñido desbancan la implacable presencia de la gubia y el cincel de los primeros escultores o el pulimento de las obras de las más recientes generaciones, enfatizando la afinidad de la artista con las técnicas primigenias de la cerámica y el registro de su huella al modelar la arcilla. La pesadez volumétrica de las tallas escultóricas, contrasta de forma explícita con figuras que muestran su oquedad interna , aunque sin perder por ello, la monumentalidad concentrada que las hermana con la escultórica. Por otra parte, la policromía sobria de las piezas enfatiza la presencia de la arcilla, que al ser sometida a un proceso de reducción de oxígeno en el horno, adquiere distintos valores tonales que acentúan las superficies, en vez de subrayar el efectismo volumétrico.

Finalmente, más por coincidencia que como un gesto deliberado, Ávalos se ha aproximado a los mismos motivos de la escultórica costarricense. Aunque en su caso, son abordados desde un posicionamiento que subraya su distancia con ésta, tanto desde un punto de vista de género (aproximadamente hasta los años ochenta la tradición escultórica ha sido encabezada por hombres), como desde la forma de concebir la producción misma.

La construcción del lugar

Su serie Veraguas por ejemplo, da cuenta de cómo la aproximación a la fauna local se realiza en su caso desde una posición de gracilidad y jugueteo que contrasta con la aspereza y rusticidad de la animalística de Zeledón Varela o Chacón, con el formalismo de Sánchez e inclusive con la sofisticación de Sancho (1935). La aproximación casi naif de Ávalos, es la licencia para hibridar las referencias prehispánicas con el imaginario procedente de los cuentos de hadas y los souvenirs industrializados para consumo barato, en soluciones que no temen rozar lo decorativo y adquirir el vilipendiando estatuto de artesanías.

Como la animalistica, dos grandes leit motivs de la escultórica costarricense han sido las figuras femeninas y las maternidades. Ávalos arremete en esta línea con un planteamiento que pone en evidencia la posición de externalidad desde la que se han realizado tradicionalmente las aproximaciones escultóricas en estos rubros; así como su no lugar como mujer y artista, dentro de esta tradición.

La imagen intimista asociada a lo femenino y la sublimación de la maternidad que han sido plasmadas desde la mirada de los escultores , es desbancada por Ávalos en figuras pletóricas de sexualidad, que sin miramientos celebran el goce que implica la vivencia de la propia corporalidad, a la vez que ponen en evidencia la carencia latente en el deseo de la mirada externa de los escultores. La ternura y la solemnidad de la aproximación alegórica o sublimada desaparece. En su lugar se imponen figuras que en sus soluciones formales y conceptuales, se aproximan a las tradiciones precolombinas y a los souvenirs contemporáneos.

Hija de Eva constituye un ensayo en este sentido. El conjunto materializa la síntesis de una experiencia personal de la sexualidad, que actúa como detonante y canal para llevar a cabo una operación de revisión y reconstrucción del arquetipo femenino encarnado en la figura de Eva.

Ávalos dialoga con la imagen femenina procedente de la tradición judeo-cristiana, haciendo uso de esquemas figurativos y simbólicos de diversas culturas ajenas a este ideario. Se nutre del simbolismos y de la visión de mundo de estas culturas, y de la correspondencia que existe entre el símbolo y la simplificación esquemática de las formas. Pero no aspira a su emulación. Por el contrario, se trata de un ejercicio asimilativo que pasa por el filtro de la cultura de masas contemporánea. El resultado: un conjunto de esculturas asimilables a diosas-madres, pero edulcoradas con detalles propios de las muñecas de los mercados tradicionales.

Algunas soluciones comunes en distintas tradiciones precolombinas , como la ostentación de los senos, las vaginas y los penes, la ubicación de las manos en las caderas, las decoraciones corporales o la zoomorfización de las formas, establecen un importante ligamen en esta serie. Estas soluciones le confieren un carácter de serialidad a las piezas, mismo que es alterado con el detalle del esgrafiado de las superficies. Las serpientes, oroburos y mariposas, animales que desde el punto de vista simbólico están asociados con los ciclos reproductivos y con lo femenino, sitúan la relación con la sexualidad en una zona celebratoria, que entiende la relación entre los sexos, como reflejo y manifestación micro de los ciclos vitales.

Pero esta operación afirmativa no se agota ahí. Uno de los elementos más interesantes de esta revisión acerca de lo femenino, reside en los mecanismos de los que se sirve la artista para discursar.

La síntesis simbólico-formal de estas esculturas, se complementa con una serie de losetas que recrean una versión del génesis. En éstas, la aproximación esquemática y simbólica de las piezas tridimensionales cede terreno ante la tradición representacional occidental, dando lugar a una serie de recursos que pretenden “traducir” mediante imágenes un mensaje organizado narrativamente.

Se trata de un cambio de registro que conlleva una reorganización sintáctica en la formulación de los mensajes. Y esta aparente tautología, no constituye más que un llamado de atención sobre lo que en los años sesenta apuntaba Marshal McLuhan mediante la célebre frase “el medio es el mensaje”, sentencia mediante la que el autor subrayaba la capacidad de afectación que tienen los medios de comunicación sobre los contenidos que viabilizan.

Si en las esculturas de esta serie, el esquematismo simbólico-formal y su contundencia en cuanto a resolución semántica, deviene de una visión de mundo holística, simultánea, sintética y concreta. La linealidad discursiva y la intención representacional de las losetas, deriva de una aproximación lineal, secuencial, reduccionista y abstracta que ha caracterizado el status quo de la visión de mundo occidental desde hace poco más de quinientos años.

Este giro en el planteamiento formal, constituye entonces una inflexión en el modo de discursar al interno de la serie, que trascendiendo el enfoque de género que la fundamenta e hilvana, da cuenta de lo que el conjunto en su totalidad tensiona e indaga: el poder que yace en el modo cómo se enuncia, por sobre lo que se enuncia.

El conjunto El divino goce placer confirma esto. La atención de Ávalos sobre la vivencia de la sexualidad desde lo femenino se mantiene. Pero en esta ocasión, el planteamiento es más reflexivo. El énfasis que la policromía y el esgrafiado situaban en las superficies del conjunto anterior desaparece, para concentrar la atención en la forma y su resolución volumétrica. La maternidad adquiere un papel protagónico, pero se trata de maternidades sexuadas, concentradamente imponentes. El ruido de la serie anterior es suplantado por un silencio austero. Una vez más, es el medio el que marca un giro sobre lo que se enuncia.

De acuerdo con esto, quizá el valor de estos trabajos resida más que en su intención reconstructora, en su capacidad revisionista. En el sin fin de lugares comunes que repasa, tanto acerca de la asunción de la sexualidad desde lo femenino, como acerca de la capacidad enunciatoria de la cerámica en tanto medio.

El trabajo de Ávalos se moviliza escurridizamente entre los referentes a través de los cuales se ha estereotipado a la cerámica –del patrimonio precolombino al souvenir autóctono- y la tradición escultórica costarricense. Bebe de esas matrices, se las apropia sin aspiraciones de ningún orden, y pone en evidencia su no lugar entre ellas.

Es precisamente esta movilidad en una zona liminal, la que abona el terreno para la construcción de un lugar por derecho propio.


[1] Artes decorativas, artes aplicadas, artes y oficios, son nomenclaturas que engloban genéricamente áreas de producción tradicionalmente utilizadas con fines ornamentales y funcionales, entre estas, la vidriería, el mosaico, la textilería, la glíptica, el esmalte, la cerámica, la ebanistería, y la orfebrería, entre otras. Este tipo de manifestaciones han sido objeto de procesos autoafirmativos como el desencadenado por el movimiento de Arts and crafts en la Inglaterra de la segunda mitad del s. XIX, propuesto como una reacción a las transformaciones impuestas por la mecanización y la producción en serie. En el período de entreguerras, formaron parte del repertorio de técnicas y procedimientos incluidos en el desarrollo de las Artes industriales y del Diseño, programas formativos que eclosionaron con el fin de adaptar los procesos de diseño a los requisitos de producción de la industria, con el fin último de procurar su articulación en la vida cotidiana.

[2] Issues in Popular Art. En: Mosquera, Gerardo (ed). Beyond the fantastic. Contemporary art criticism from Latin America. Londres: The MIT Press; MIT Press Ed edition, 1996. p. 91. "Al arte se le está permitido cambiar, se alimenta de una variedad de innovaciones y fuentes, se debe mantener actualizado, expandirse y visibilizar un futuro optimista. Mientras tanto, el arte popular está condenado a permanecer genuino y puro: el cambio es una perversión y la novedad es traición de su esencia, distorsión de sus verdaderos valores y corrupción de su autenticidad primaria." Traducción libre de la autora.

[3] En 1972 se crea la opción de especialización en cerámica como parte de la Carrera de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica. Cinco años después, la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional (desde 1998 denominada Escuela de Arte y Comunicación Visual), hace los mismo. En 1996 el Instituto Nacional de Aprendizaje crea el Núcleo Procesos Artesanales, entre cuyas áreas funcionales se encuentra la denominada “Tratamiento de la arcilla”. En el año 2003 surge la Bienal de Cerámica, evento que cuenta ya con tres ediciones y que ha actuado como visor del quehacer cerámico costarricense.

[4] La noción de “no lugar” fue acuñada por el etnólogo y antropólogo Marc Augé en su libro Los no-lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad (1993), en una tentativa de análisis sobre el impacto que tienen los espacios contemporáneos en la manera como nos relacionamos con la realidad y con los otros.


la insuficiencia del original

Madrid, mayo 2007


La sobreponderación “del original” respecto a la reproductibilidad de la imagen es una especie de verdad categórica articulada al arte que se sustenta en algunas premisas: 1. las imágenes que reproducen otras imágenes, son incapaces de dar cuenta sobre el valor “real” de cada uno de los trabajos que representan. 2. la reproducción es una imagen selectiva, filtrada; el original es información en bruto. 3. el oríginal devela cosas que la reproducción no. Sentencia: Es necesario ir a las fuentes primarias, es decir, los originales.

Sin embargo, el modo en como consumimos imágenes en la actualidad y el afinamiento cada vez más acelerado de las tecnologías de reproductibilidad, sitúan en un lugar de franca vulnerabilidad el paradigma “del original” y ponen en evidencia una ritualística articulada al arte que preserva la dimensión aurática de lo artístico como principio para la convivencia con otras manifestaciones culturales.





intro: el dato anecdótico

Pocos días atrás tuve la oportunidad de conocer directamente algunas de las obras que por mucho tiempo me habían parecido inabarcables porque hasta entonces mi aproximación a ellas se había realizado mediante reproducciones. La experiencia fue tan reveladora como inesperada.

Boscos, Grecos, Van Dycs, Rubens, Velázquez, Picassos, Mirós, entre otras tantas obras de clásicos de la historia del arte occidental, estaban ahí, a escasos metros de mí.

Sin embargo, las expectativas -no exactamente conscientes- de lo que implicaría la proximidad directa con el original, se fueron diluyendo entre la experiencia multitudinaria de andar por las salas de exhibición, de hayar el ángulo óptimo para apreciar los trabajos que ahí se encontraban, de determinar a cuáles obras destinar más segundos de detenimieno y a cuáles no, y de corroborar mediante la experiencia de contacto directo, la información incorporada acerca de cada una de las obras que ahí se encontraban.





experiencia directa vs experiencia mediada / el original vs la representación

esta información incorporada, el bagaje personal con el que me podía aproximar a cada una de las obras, fue el aspecto que estampó una marca particular a mi experiencia. El contacto directo con los originales, pasaba por el filtro de los contactos mediados que había tenido con antelación, de manera que la relación antagónica “experiencia directa vs experiencia mediada”, mutaba en una nueva relación: la experiencia directa se adecuaba irremediablemente a las experiencias mediadas que la antecedían.

En la mayor parte de las ocasiones esas obras parecían reflejos tímidos de las reproducciones que en otro momento constituyeron mi primera aproximación a ellas. Se invertían las premisas que señalé líneas atrás, es decir: los originales no alcanzaban a develar las cosas que las reproducciones me habían permitido conocer. La fórmula “el original vs la representación” se mantenía.

Y esta impresión no comprende únicamente los aspectos de orden discursivo que fundamentan el carácter siempre selectivo de las reproducciones, sino que contempla la dimensión meramente factual de las obras, su conformación matérico-formal: tipos de trazos y pinceladas, utilizaciones pigmentarias y matéricas, modos de configurar la imágen, y otros tantos aspectos que singularizan los lenguajes de algunos artistas u obras específicas. Todo eso no era siempre perceptible.

Si bien es cierto que en estas imposibilidades perceptivas intervinieron las dificultades provocadas por la museografía y la alta visitación de las salas de exhibición, es innegable que la propia vida útil de las imágenes constituía una limitación que las nuevas tecnologías de reproducción habían menguado y/o recreado en las experiencias mediadas que conformaban mi bagaje personal.

Las posibilidades de hallazgo que brindaban las obras parecían estar agotadas en sus representaciones antes que en ellas mismas.

la obsolescencia de la discursividad del arte



En un primer momento esto generó algo de insatisfacción, pero después me percaté de que lo que experimentaba era consecuencia directa del modo como consumimos las imágenes en la actualidad, y de la omisión deliverada que la discursividad del arte hace del poder de la reproductibilidad.

El carácter tendencioso de la reproducción y todos los aspectos asociados que la hacen actuar como representación de algo, ha sido minusvalorado por las grandes retóricas del arte cuando de autoreferenciarse se trata. Éstas continúan asignando un valor particular a las creaciones artísticas, un estatuto de autonomía dentro del amplio espectro de bienes y manifestaciones culturales, al punto que denunciar la insuficiencia del original frente a la reproducción podría parecer una acción de imperdonable ignorancia o algo similar. Inadmisible en todo caso.

Sin embargo, si extrapolamos esta experiencia a otras dimensiones no parece tan dificil aceptar que vivimos en un momento en el que las crisis de representatividad tienen por contrapunto una circulación y un consumo desbordados de representaciones que en la mayor parte de los casos resisten una precisión de los límites que marcan el término y el inicio de su carácter ficcional. Límites cuya identificación, es por lo demás, insignificante en su operatividad cotidiana.

Y no estoy pensando exclusivamente en instancias de representación que para algunos podrían ser banales como un equipo futbolístico o la aprehensión del mundo vía televisada, sino que también contemplo representaciones medulares dentro de las lógicas funcionales de nuestra sociedad como por ejemplo la familia nuclear, que si de un lado es uno de los modelos que en la práctica cuenta con mayores inconsistencias, prevalece monolíticamente como nodo de estructuración económica, jurídica, social y cultural.

Pero las artes visuales parecen resistirse a aceptarse como parte de esta dinámica, que independientemente del modo como deseemos valorarla y de las implicaciones que pueda tener en las cadenas de producción y consumo de lo artístico; actualmente opera, y lo hace con gran efectividad además.

Ahora bien, si consideramos el uso instrumental que las instancias museísticas, las galerías y los mismos productores artísticos, hacen de la reproductibilidad como herramienta de promoción, proyección y mercadeo mediante las aplicaciones que podemos encontrar en la web, en revistas impresas o en los artículos formato souvenir que singularizan las tiendas de los museos; la negación del valor de la reproducción se difumina.

Con esta consideración, parecería que la sobrevaloración fetichista del original, se sostiene en los tiempos actuales como resguardo de la ritualística entretijida en torno al arte, cuyo fin último no es más que la preservación de una serie de nociones grandilocuentes en torno a lo artístico que le confieren una dimensión aurática a las obras, necesaria para procurar la existencia competitiva de estas producciones y de las instancias que orbitan en torno a ellas, dentro del amplio universo de bienes y manifestaciones culturales.

Partiendo de la experiencia de insuficiencia del original que he comentado, me pregunto ¿que pasaría si aceptásemos el valor de la reproducción, en lo que tiene de representación, reposición mimética e inclusive mejorada, abarcable, portable y apropiable, sin los prejuicios derivados de las premisas hilvanadas en torno al original? Si consideramos como se ha regulado la serialidad en los medios esencialmente reproductibles como el grabado, la fotografía o los audiovisuales, esta sugerencia empieza a cobrar rasgos utópicos. Sin embargo, si invirtiendo la formulación interrogativa nos preguntamos ¿de que manera beneficia esta singularidad aurática del original nuestro consumo y asimilación de las producciones artísticas? la pertinencia del primer cuestionamiento en relación con las posibilidades reales de nuestras vidas empieza a hacerse visible.